Maduramos...y con esta madurez vamos perdiendo la facilidad
para expresar las emociones. Tenemos que controlarnos, inevitablemente, para no
asustar, alertar y especialmente para que no nos juzguen y encierren. Nos vamos
callando, nos vamos adaptando, las vamos ocultando, a veces las disfrazamos,
las abandonamos y cuando queremos darnos cuenta... han desaparecido.
¿Cuántas quedan en el camino? ¿Cuántos momentos importantes
para llenar esa maleta de experiencias?...
¿Estás feliz? ¿Triste? ¿Con ganas de comerte el mundo o de
esconderte?
Las emociones, parte de la naturaleza humana, están presentes
desde nuestros primeros segundos de vida, están ahí para ayudarnos a
sobrevivir. Llegados a la edad adulta comenzamos a ser conscientes de ellas, de
identificarlas, de llamarlas por su nombre y, lamentablemente, de frenarlas.
No sólo es importante tener conciencia emocional, es
importante practicar esas emociones y saber convivir con ellas… sin que duelan.
De pronto nos encontramos llamando a ese estado Conciencia
emocional, cuando somos capaces de saber qué queremos o deseamos. Comenzamos a
ponerlas en práctica, comenzamos a buscar estrategias para contenerlas y, en
muchos casos, las guardamos bajo la almohada.
No hay emociones buenas o malas, sino distintas formas de
expresarlas con mejor o peor resultado. Si fuéramos capaces de manejarlas sería
una herramienta con increíble efecto positivo en la comunicación, base de la
sinceridad a la hora de expresar situaciones.
A veces es importante convertirse en un camaleón, acercarse
a un niño y reaprender nuevamente la importancia de compartirlas.
Los sentimientos son duraderos en el tiempo.
Las emociones son increíblemente más intensas…
Creo en la importancia de trasmitir las emociones, de dejar
que algunas se conviertan en sentimientos, de controlarlas adecuadamente, de no
dejarnos caer en la costumbre de abandonar algo con impresionantes beneficios para
nuestra vida, creo en la importancia de llorar si hay que llorar, reírse hasta
que te duela el alma, enfadarse como si te comieras el mundo, suspirar como si
te faltara el aire y todo esto… si es posible... en compañía.
¿Alguna vez habéis entrado en una clase de infantil? Con dos
segundos de contacto visual viene a abrazarte, con dos horas lo tienes sentado
encima de tus piernas, en una semana te has ganado su corazón y cuando quieres
darte cuenta… ya formas parte de su vida.
¿Y si lo intentamos?
“En el momento en el que dejas
de pensar en lo que puede pasar…
empiezas a disfrutar de lo que está pasando”
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