martes, 31 de marzo de 2015

Francesco Tonucci... "Los adultos somos peores si no nos controlan los niños"



No recuerdo querer cambiar el mundo, ni que me incentivaran a investigar… eran otros tiempos, una época en la que nos teníamos que estudiar de manera literal el contenido del libro… y no seríamos muy distintos a los niños de ahora, la diferencia está en la falta de estimulación, de curiosidad que en aquellos entonces no priorizaban despertar, centrando la atención en cumplir unas programaciones y finalizar el contenido de un libro.

Cada vez más maestros comienzan a macar la diferencia, a dejarse llevar por la motivación y por la actitud de ser precursores del cambio. Ole por ellos y gracias por esa dedicación que ayuda al resto a tomar decisiones.

Pero esto no es algo de ahora, hay muchos profesionales que han trabajado para que el mundo se parara y nos bajáramos unos cuantos a construir esa transformación tan necesaria en las aulas.

Francesco Tonucci es un pensador, psicopedagogo y dibujante que no quiso estar al margen del panorama que se estaba preparando para los niños y quiso implicarse en un cambio. Podemos esconder la cabeza y dejarnos llevar por lo establecido o podemos mojarnos con el riesgo a que no nos gusten las piedras que nos pongan en el camino. Eso depende de nosotros.
Una de las principales bases sobre las que trabajaba Frato es que la escuela debe tener en cuenta las experiencias vividas de los alumnos en su vida cotidiana y será eso lo que nos ayude a los maestros a trabajar en clase.
Este profesor tiene claro cómo debería de ser la educación, crear personas libres, individuales, con la capacidad de respetarse.  No sólo debe cambiar la escuela, debe cambiar la práctica del maestro, debe cambiar la ciudad en la que habitan los niños, debe cambiar el mundo. 

Hay muchas afirmaciones de Tonucci que nos ayudan a reflexionar:
  • "... los maestros deberían aprovechar los momentos de libertad y juego de los chicos para observarlos, ver los aspectos de su carácter y las actitudes que normalmente en clase no se revelan. (...) no para usarlas contra ellos, sino para conocerlos más".
  • "Los chicos tienen que llegar a la escuela con los bolsillos llenos, no vacíos, y sacar sus conocimientos para trabajarlos en el aula. (...)
  • Si fueran escuchados, los niños podrían llevar a la escuela su propio pensamiento.
  • "La escuela utiliza la desconfianza y eso produce una evaluación negativa basada en lo que el chico no sabe hacer. Apoyándose sobre lo que sí sabe hacer bien, la escuela debería motivarlo a recuperar y a ganar lo que no tiene como una conquista. (...) La escuela transmisiva supone que el niño no sabe y va a la escuela a aprender, mientras el maestro enseña a quien no sabe. Esa es una idea infantil, que piensa al niño como un vaso vacío, mientras el maestro vierte conocimientos que llenan al niño gradualmente. (...) El niño sabe y es competente y va a la escuela para desarrollar su saber".
  • "La escuela debe ser capaz de leer la realidad concreta que rodea al niño. La geografía es la de su barrio, la historia, la de su familia".
  • "(…) la escuela de todos no se ha convertido en la escuela para todos".
  • "Una escuela que quiera ser realmente una escuela de todos y para todos, debe preocuparse por ofrecer a todo el mundo aquellas bases, aquellas motivaciones, aquellos modelos culturales imprescindibles para construirse un patrimonio de conocimientos, de habilidades, de competencias".
  • "Paradójicamente, podríamos afirmar que tienen éxito en la escuela los que no la necesitan. La escuela, que debería contribuir a introducir la igualdad entre los ciudadanos, por el contrario alimenta las diferencias".
  • "En la institución escolar no ha cambiado nada porque se ha dejado completamente al margen de este proceso de transformación a los profesores".
  • "Una reforma real de la escuela debería nacer de los que trabajan en ella”.
  • "El profesor no es el saber sino el mediador del saber".
  •  “Hay un conflicto que los niños notan: Los adultos los quieren mucho, pero los escuchan nada"

En los últimos tiempos el mundo ha reducido la velocidad y tenemos la oportunidad de buscar nuestra parada, reflexionar y cambiar.

¿Te animas?


sábado, 28 de marzo de 2015

Apuesta por ti...





“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”.
Esto es lo que pensaba uno de los dramaturgos más importantes de todos los tiempo, Shakespeare. 

Quizás no podamos escoger y sea la vida la generadora de circunstancias, de situaciones, pero la responsabilidad de modelarlas y darle la forma adecuada para construir el presente es nuestra. Deberíamos de ser capaces de analizar lo que nos ocurre, lo que hacemos y alinearlo con lo que  nuestro cuerpo nos pide en cada momento. 

Trabajamos, trabajamos y trabajamos… nos dedicamos a las personas que tenemos a nuestro alrededor, a cumplir con esas relaciones sociales y familiares que van surgiendo y que cuando te quieres dar cuenta están instaladas en tu vida de tal manera que olvidas que hay un tú al que debes de dedicar un espacio semanal.
 Pasas ante un espejo y te sorprendes preguntando: ¿Desde cuándo no tomamos un café? Tenemos que conocernos para querernos y dedicarnos los detalles, las mañanas, los caprichos, los deseos… 

El espacio vital que nombramos tantas veces es mucho más que el respeto por una distancia en la conversación, es pararse a pensar en ti en exclusiva, como si no hubiera nadie más.
Tomar un café, un viaje, un buen libro, ver el mar, sentir… sin que nadie te indique cómo hacerlo… dejarte llevar….

Hace tiempo leí un libro que hablaba de la importancia que tiene el entender lo que nos pide el corazón, El Alquimista (Paulo Coelho), contiene distintos mensajes que pueden ayudarnos a reflexionar de alguna manera, dejando patente la importancia de saber escucharnos:

’Cuando todos los días parecen iguales es porque las personas han dejado de percibir las cosas buenas que aparecen en sus vidas siempre que el sol cruza el cielo.” 


“No te entregues a tus miedos, si lo haces, no podrás escuchar a tu corazón”.

“Cierto mercader envió a su hijo con el más sabio de todos los hombres para que aprendiera el Secreto de la Felicidad. El joven anduvo durante cuarenta días por el desierto, hasta que llegó a un hermoso castillo, en lo alto de una montaña. Allí vivía el sabio que buscaba.
 
»Sin embargo, en vez de encontrar a un hombre santo, nuestro héroe entró en una sala y vio una actividad inmensa; mercaderes que entraban y salían, personas conversando en los rincones, una pequeña orquesta que tocaba melodías suaves y una mesa repleta de los más deliciosos manjares de aquella región del mundo. El sabio conversaba con todos, y el joven tuvo que esperar dos horas para que le atendiera.
 
»El sabio escuchó atentamente el motivo de su visita, pero le dijo que en aquel momento no tenía tiempo de explicarle el Secreto de la Felicidad. Le sugirió que diese un paseo por su palacio y volviese dos horas más tarde.
 
»Pero quiero pedirte un favor- añadió el sabio entregándole una cucharilla de té en la que dejó caer dos gotas de aceite-. Mientras camines lleva esta cucharilla y cuida de que el aceite no se derrame.
 
»El joven comenzó a subir y bajar las escalinatas del palacio manteniendo siempre los ojos fijos en la cuchara. Pasadas las dos horas, retornó a la presencia del sabio. ¿Qué tal? -preguntó el sabio-. ¿Viste los tapices de Persia que hay en mi comedor? ¿Viste el jardín que el Maestro de los Jardineros tardó diez años en crear? ¿Reparaste en los bellos pergaminos de mi biblioteca?
 
»El joven, avergonzado, confesó que no había visto nada. Su única preocupación había sido no derramar las gotas de aceite que el Sabio le había confiado.
»Pues entonces vuelve y conoce las maravillas de mi mundo -dijo el Sabio-. No puedes confiar en un hombre si no conoces su casa.
 
»Ya más tranquilo, el joven cogió nuevamente la cuchara y volvió a pasear por el palacio, esta vez mirando con atención todas las obras de arte que adornaban el techo y las paredes. Vio los jardines, las montañas a su alrededor, la delicadeza de las flores, el esmero con que cada obra de arte estaba colocada en su lugar. De regreso a la presencia del sabio, le relató detalladamente todo lo que había visto.
 
» ¿Pero dónde están las dos gotas de aceite que te confié? -preguntó el Sabio.
»El joven miró la cuchara y se dio cuenta de que las había derramado.
 
»Pues éste es el único consejo que puedo darte -le dijo el más Sabio de los Sabios-. El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara"


Busca el silencio, dedica unos minutos a aquello que te apasiona y mientras lo haces, escúchate, tienes una conversación pendiente… ¿Alguna vez has decidido apostar por ti?... 

Búscate…



Sé el cambio que tú quieres en ti mismo. (Gandhi)
"