Enfrentarte al aula es una responsabilidad de la que a veces
no somos conscientes. Nos ponemos frente a un grupo de alumnos con la labor de
dirigir su vida durante ocho horas diarias. Con este panorama nos convertimos,
sin darnos cuenta, en el escultor modelando arcilla, podemos hacer una magnífica
escultura o podemos convertir aquel material tan sensible en una obra sin
definir, con determinadas carencias y
con difícil solución una vez el barro se ha secado…
La pregunta es: ¿Están todos los profesores cualificados
para una labor con tanta repercusión? ¿Nos han formado con la base necesaria
para enfrentarnos a la enseñanza o debemos intentar actualizar aquello que un
día nos contaron durante nuestros años universitarios? ¿Se trata de
conocimiento y formación o de habilidad?
Leyendo algunos artículos sobre el tema me sobrecogió unos párrafos
que desarrollaban la educación emocional afirmando que se trataba de una
innovación educativa que respondía a las necesidades sociales no atendidas en
las materias académicas ordinarias. Voy a intentar guardarme mis opiniones al
respecto, pero ahí lo dejo, para la reflexión del fin de semana.
Hay quien piensa que el profesor debe de formarse y que para
ello debían de diseñarse programas específicos, que debían de contar con material
curricular. No dudo de la necesidad de contar con programas específicos en el
aula, en el que el profesorado apoye sus habilidades para enfrentarse a
situaciones complejas que nos podemos encontrar, donde las necesidades de un
entrenamiento emocional superan a lo que podemos considerar parte del
desarrollo de nuestros alumnos, casos en los que necesitamos del apoyo de
profesionales cualificados para ayudarnos en esta tarea y que están integrados
(o deberían) en la vida escolar del alumno, del profesor y, por supuesto, de la
familia. Pero, para atender emocionalmente a nuestros alumnos, los profesores
deben de tener una habilidad innata que no se enseña en la universidad, hace
falta vocación sumado a un proyecto educativo que nos acompañe en esta labor.
“El suspense, la intriga, la curiosidad, la novedad, la
sorpresa, el sobrecogimiento, la pasión, la compasión, la empatía, conseguir
objetivos, el descubrimiento, la competición, la superación de obstáculos, los
logros, la sensación de avanzar … todo esto desempeña un papel fundamental para
abrir el cerebro del aprendizaje” (Gilbert, 2005)
Todo esto es lo que debe de motivar un profesor en el aula,
un buen profesor es un entrenador de expectativas positivas, es un generador de
motivación, es creador de empatía, precursor de emociones, facilitador para
crear un clima donde despertar la inteligencia emocional, base del resto de
habilidades. Es un mago con un as bajo la manga.
9:00 de la mañana, comienza el desfile de familias, de niños
correteando por los pasillos, encendemos los equipos, preparamos el material…sabemos
que nos enfrentamos a un día en el que ocurrirán un sinfín de situaciones que
nos harán replantearnos la dinámica a seguir y, desde ese momento, el futuro
emocional de los pequeños está en nuestras manos. Cada gesto, cada mirada, cada
refuerzo, las aprobaciones, las decisiones y las sonrisas están a examen con 25
miembros en el jurado. O pones pasión o el suspenso está asegurado.
"Los niños de hoy son, probablemente,
la generación más sofisticada
que haya existido"
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